16 ago 2011

Creadora de nidos.

Estoy intentando algo "nuevo" en el sentido de que no he revelado algunos de mis secretos al momento de escribir y es que muchos de mis cuentos tienen un soundtrack, algo que me animó a escribir mientras oía cierta melodía, en este caso tocó algo muy especial y recomiendo se escuche la canción mientras se lee, solo para sentir una mayor relación entre escritor-lector. He aquí un producto inspirado en una gran canción que no hace mucho escuché.

Creadora de nidos.

La noche tomaba un color azul muy romántico y en el centro de tan cursi imagen, tapizada por estrellas, se encontraba la Luna que se veía más blanca que de costumbre. Su luz se estrellaba en mis ojos inundados y pasaba entre los edificios como las palabras tan elocuentes que le dedicaba a ella; eran un haz de luz muy bien marcado que resaltaba el polvo a nivel del suelo.

Decidido a olvidar, entré al bar más escondido posible, pasé por los callejones de la ciudad, pise un par de ratas que bailaban con el tango de amor. Me llevé un par de chillidas de madre, que interpreto como mentadas de madre justo antes de estrellarme con uno de esos grandes basureros. El golpe fue tal, que mis piernas se doblaron y comprobé aquello que llaman gravedad acompañado por la humedad de un charco- aún tengo mis dudas, había sido el día más seco del mes- Al levantarme me di cuenta de que la Luna reía de mí, su rostro infantil que se mofa de mis desventuras. Harto de ello, continué con mi caminar, las luces de neón pegaban su brillo a la pared de enfrenre; la entrada se escondía tras unas cajas. Al entrar, el lugar se veía borroso; grandes nubes del humo del cigarro me complicaban el respirar, me sentía como en casa.

Estaban otros como yo; abandonados, ignorados, lastimados, escoria de ciudad. Me acerqué a la barra pidiendo lo de siempre, el cantinero me preguntó qué era exactamente eso de siempre – inclusive el cantinero me ignoraba cada noche- le dije que me sirviera algo para olvidar, no importaba el precio ni nada.

Mientras esperaba, decidí voltear a mi espejo del alma; solo fue cuestión de rotar sobre mi eje y ver a los demás patéticos; aquellos acompañados por vicios, el sexo, drogas y alcohol.

“Aquí tiene”, me dijo el cantinero, no me dio interés saber lo que bebí. Tomé todo de golpe, sin respirar. Mi cuerpo sintió una gran ola que lo golpeó y que estuvo a punto de tirarme. “Carajo, esto está muy bueno” me dije a mis adentros. Sírvame otra igual, le dije al cantinero. Volví a dar vuelta -la más peligrosa en mi vida- frente a mí una chica rubia, con un escote que gritaba a los placeres para encenderlos y verterlos en sus curvas, propias de una bella mujer.

-Hola

-¿Cómo te llamas?

-Amapola, pero todos me conocen como Amápol. Solo tú sabrás mi verdadero nombre.

-Es un tanto predecible ¿no crees?

-Bueno, podríamos olvidar esto de los nombres…

-Aquí tiene- interrumpió el cantinero.

-Le dejo esto, no me importa el cambio- puse un billete de $200 pesos en la barra, sin despegar ni un solo momento mi vista de esa mujer.

Me levanté de ese banquillo para acercarme a ella y tocarle el cabello. Ella respondió muy bien. Continúe con mi marcha, inclinándome para darle un beso y ella se alzó –aún teniendo tacones muy altos- para corresponder a mis emociones.

La miré completamente enamorado y ella me sujetó el rostro. Sabía que ya teníamos algo. La jalé de la muñeca para poder tomarla de su cintura. La llevé afuera y volvimos a pasar por ese horrible callejón.

Las ratas seguían en lo suyo, voltearon sorprendidas y yo les enseñé el dedo. Yo llevaba a mi pareja de especie y no perdería el tiempo bailando al ritmo de tango bajo esa Luna tan risueña. Cruzando la calle se encontraba ese oasis urbano, era un edificio de buen ver que llamaba la atención gracias a esas 5 letras de neón que encendían y apagaban. Ocasionalmente fallaba la “m”.

Entramos y con los debidos honores saludamos al personal, al entrar al cuarto me olvidé de mí, era un hombre nuevo acompañado por esa rubia. Le quité la blusa, chinguen a su madre esas ratas, le volé la falda, al carajo con el basurero, desaparecieron las zapatillas, que se joda la Luna, le quité los calzones y ya valió madres el puto bar. Estaba más que loco, le hice el amor como jamás lo había hecho, los ruidos, rasguños, gritos y emociones de un campeón. Así me la pasé toda la noche.

Al día siguiente, el Sol me escupió en el rostro mientras -el mismo Sol- le tocaba la espalda a esa güera. Se estaba vistiendo apresurada y yo apenas si distinguía figuras con mis ojos recién abiertos. No recuerdo cuando me dormí, ni siquiera un último orgasmo.

Ella dejó su olor, incluso después de cerrar la puerta tras su partida y me apresuré a vestirme para poder seguirla. Mi intento fracasó, la perdí por todo el día, esperaré hasta esta noche, para volverla a ver…

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