11 jun 2012

Finisterre.


-¡Era cierto capitán! –El capitán asentó con la cabeza- ¿No piensa hacer nada?

-No.

-Pero todas las vidas, hay personas que han envejecido en este viaje con la esperanza de la eternidad, no 
puede dejarnos morir.

-Yo no los obligué a subir, ustedes aceptaron. Sabían los riesgos y aún así emprendimos el viaje.

-Mi capitán, creíamos en la Tierra redonda de la que tanto nos habló.

-Lo mismo creía, por eso les contaba acerca de ella. Todos tenemos aciertos y errores, lo importante no es la acción, sino el efecto que produce. Por ahora todos merecen una disculpa, creí ciegamente en que nuestro viaje duraría para siempre –se notaba la tristeza en los ojos de aquel hombre.

-Pero aún hay solución mi capitán, podríamos hacer maniobras que…

-¡Claro que se puede hacer!-interrumpió el capitán- ¿¡crees que no lo sé!? Nos hemos enfrentado a todo, desde tormentas hasta criaturas marinas, el fin del mundo no significa nada para mi embarcación.

-¿Entonces por qué no quiere moverse?

-Quiero creer en Dios…-el capitán era una persona muy necia con las creencias religiosas, jamás apostaba por nada que tuviera la frase “primero Dios”.

-Pero capitán…

-Lo sé, sorprende bastante, pero déjeme le explico; ya he hecho demasiado con esta embarcación y todos tuvieron más fe en él que en mí. Tal vez sea cierto que exista, simplemente abusaba de mi cuerpo y carácter para realizar sus acciones. Ahora soy yo quien aprovecha del mar, esperando una corriente a la cual no le voy a agradecer, sino a Dios mismo por socorrernos. Esa ola podría ser Dios, el mar puede ser Dios, lo cierto es que ya me cansé de ser Dios.

La embarcación se perdió en el horizonte, tal vez pasen años, meses, días u horas. El capitán solo espera lo que Dios, disfrazado de azar, resuelva para todos lo que él ya no quiere pelear.


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